La difícil transición a la paz

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Víctimas de la guerra en una cueva en Nápoles (1945). © UN Archives (S-0800-0003-0004-00017)

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Folleto elaborado para los grupos de discusión del Partido Laborista británico en respuesta al informe de la Royal Commission of Equal Pay. 1946. © TUC Library Collections  

En 1945 terminó la guerra más bárbara y cruel que había conocido la Humanidad hasta entonces, pero su ausencia no llevó paz a los corazones de las gentes, parafraseando a uno de los protagonistas de la película que se estrenó en Alemania en 1946, recién reestablecida la industria del cine: Los asesinos están entre nosotros (Die mörder sind unter uns).

Unas sociedades destruidas moral y físicamente tuvieron que enfrentarse al horror de lo ocurrido en los campos de exterminio nazis, a las matanzas en masa de civiles perpetradas por los bandos contendientes en inmisericordes e indiscriminados bombardeos aéreos. Y, al final, una última atrocidad: los bombarderos estadounidenses B-29, que habían arrasado con bombas incendiarias las ciudades japonesas durante los dos últimos meses de la guerra, lanzaron dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki el 6 y el 9 de agosto.

La guerra se saldó con la muerte de unos 70 millones de civiles y combatientes. A ello hay que añadir los millones de inválidos y mutilados, los más de 10 millones de huérfanos y los millones de desplazados: civiles, soldados desmovilizados, desertores, prisioneros de guerra liberados. Todos trataban de regresar a su “patria” allá donde se encontrase.

El fenómeno del desplazamiento de población fue lo más característico de la inmediata posguerra. Muchas personas no tenían adónde ir y para otras el retorno a sus lugares de origen significó un castigo.

Hubo muchas repatriaciones forzosas o indeseadas. Entre ellas las de mujeres chinas, coreanas, japonesas, filipinas etc., que habían sido obligadas a prostituirse en burdeles establecidos por militares del ejército imperial japonés en los países ocupados. Las cifras de estas esclavas sexuales varían, en cualquier caso, más de 200.000 en el periodo de 1938 a 1945. Como ocurrió con tantas otras atrocidades, tras la guerra, cayó sobre ellas un velo de silencio hasta que en 1991 la coreana Kim Hak-Soon se atrevió a contar la humillante historia de las “comfort women” (mujeres consuelo).

La transición hacia sociedades en paz no fue fácil. El proceso de reconstrucción social y económica fue de una magnitud sin posible comparación con otros periodos de posguerra. Los avances para las mujeres en los primeros momentos fueron muy limitados. Se vieron obligadas de nuevo a retornar a un hogar en muchos casos inexistente. Las familias estaban rotas, muchos de sus miembros habían muerto o estaban desaparecidos y para una gran parte de los soldados el regreso a casa y su readaptación a la vida civil constituyó una dura experiencia.

En los países europeos y asiáticos la guerra había destruido el tejido social y económico y había producido profundos cambios en sus culturas políticas. Desde el punto de vista económico sólo la sociedad americana salió beneficiada de la guerra. EE. UU. se convirtió en una potencia mundial y utilizó esa fuerza para afianzar su poder y control en otros países. El 5 de junio de 1947 el secretario de Estado George C. Marshall pronunció un discurso del que surgió el “Programa de Recuperación Económica” para Europa, el llamado “Plan Marshall” para la reconstrucción de Europa Occidental.

Esa ayuda creó, en las décadas de 1950 y 1960, muchas oportunidades de trabajo de las que también se beneficiaron las mujeres. Paralelamente se producían transformaciones en las relaciones entre los sexos y en el papel de aquellas en las esferas privada y pública.

Aunque los avances fueron notables, los cambios siempre son frágiles y en cualquier momento nuevas situaciones de crisis pueden provocar retrocesos. Sólo la educación y la evolución a largo plazo de las mentalidades podrán afianzar los deberes y los derechos por los que tantas mujeres han luchado a lo largo de la Historia.

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